domingo, 20 de noviembre de 2016

Picardías y anécdotas Revolucionarias

CARRANZA Y EL ÁGUILA

Carranza expidió un decreto ordenado que se hiciera uso en todo documento oficial del águila emblemática que hasta la fecha sigue utilizándose: de perfil, con la cabeza baja y las alas recogidas. Hasta entonces el águila se había representado de frente, con la cabeza en alto de las alas desplegadas. El ingenio del pueblo discurrió esta cuarteta:

Desde que la Aguilar anda con el pico bajo,
a esta nación se la llevó el carajo.
Y como sigue en el poder Carranza,
el pobre pueblo trae vacía la panza.

Pero no fue la única vez que durante el mandato de don Venustiano el águila dio pábulo a sátiras populares. El gobierno carrancista mando retirar de circulación la plata y el oro para sustituirlos por 500 millones de pesos emitidos en billetes que ostentaban el águila recientemente decretada, a los que se dio el nombre de “infalsificable”; y que hacían honor a su denominación porque valían tampoco y se depreciaban tan de prisa, que a nadie se le hubiera ocurrido la estupidez de ponerse a falsificarlos.
Una mañana aparecían pintados en céntricos muros callejeros de la Ciudad de México unos versillos que pronto se divulgaron de boca en boca, y que decían:

El águila carrancista
es un animal muy cruel.
Se come toda la plata
y caga puro papel.

Indignado por la burla, Carranza ofreció una recompensa a quien denunciara ante las autoridades al autor de los versillos, lo que dio ocasión a que nacieran estos otros:

¿Recompensa se propone?
¿Y con qué va a hacer la paga?
¿Con lo que el águila come?
¿Con lo que el águila caga?

EL RELOJ DEL EMBAJADOR

Obregón inventó un chascarrillo que no tuvo empacho en referirle al novelista Vicente Blasco  Ibáñez. Según el relato de don Álvaro, el embajador de España presentó sus credenciales ante Carranza, quien decide ofrecerle un banquete oficial, por ser España el primer país que reconoció su régimen. Dispuesta la suculenta mesa en el Castillo de Chapultepec, don Venustiano -de riguroso frac- se sentó frente al embajador, teniendo junto a él a Juan Barragán. A un lado del diplomático español se colocó Obregón, ministro mexicano de la Guerra. Y del otro, Cándido Aguilar, yerno del Primer Magistrado y secretario de Relaciones.
De pronto, la hora de los postres, el homenajeado se llevó la mano al chaleco, palideciendo. ¡No tengo mi reloj, me lo han robado! Es un reloj de oro y brillantes, una verdadera joya, herencia de familia. El embajador escrutó con desconfianza a los comensales sentados junto a él. Obregón carecía del brazo del lado en que se encontraba el diplomático español. No podía ser el ladrón. Del otro lado se sentaba Cándido Aguilar, quien tiene paralizada la mano que quedaba junto al distinguido huésped. El embajador no cesaba de lamentarse.
-¡Me han quitado mi reloj, me lo han robado! ¡Esto no es un gobierno, es una cueva de bandidos!
Pero al levantarse de la mesa el afligido embajador, concluido el banquete, se acercó a él don Venustiano, con su gesto digno y grave, para hacerle entrega de su reloj y decirle:
-Ya, hombre, no haga escándalo. Tome calle de una vez. Lleno de admiración, el embajador de España dijo entonces a Carranza:
-¡Señor Presidente, tiene usted unas manos prodigiosas! ¡Con razón le llaman el “Primer Jefe”!

EL PRIMER JEFE

Mucho fue lo que se ironiza acerca de la falta de honradez de los carrancistas, acuñando ser el verbo “carrancear” como sinónimo de “robar”. Y en vista de que sus partes militares solían mencionar los avances logrados en campaña, el idioma se enriqueció con el término “avanzar”, que tuvo el nuevo significado de apoderarse de lo ajeno, que era lo primero que las tropas carrancistas hacían en todo poblado sobre el que avanzaban. Aunque, a decir verdad, en el hurto rivalizaban los distintos bandos revolucionarios.
Asimismo se comentaba que antes de Carranza hubo en México generales de brigada; pero que con él surgieron brigadas de generales. Y algún ocurrente ideó este diálogo:
-¿Quién es el general Villa?
-Un jefe de bandidos.
-¿Y el general Obregón?
-Otro jefe de bandidos.
-¿El señor Carranza?
-Ah, no, ese es el Primer jefe.

SER y NO SER

En 1914, la Convención de Aguascalientes nombró Presidente interino de la República al revolucionario coahuilense Eulalio Gutiérrez, cargo en el que duro del 6 de noviembre de ese año al 16 de enero de 1915. Según es sabido, Carranza desconoció los acuerdos de la Convención e instaló los poderes en el puerto de Veracruz.
Poco después de su efímera aventura presidencial, un amigo le dijo a Eulalio Gutiérrez:
-Feliz tú, Eulalio, ella sabe lo que se siente ser Presidente.
-Ay, hermano, lo que de veras se siente es dejar de serlo- replicó Gutiérrez.

QUE DIOS LOS CONTRAFASTIDIE

Cuenta José Vasconcelos en uno de sus libros autobiográficos que, poco después del asesinato de Madero y Pino Suárez, tomaba cerveza en una cantina con el escritor Carlos González Peña y el político Isidro Fabela.
Vasconcelos se  expresó con dureza de Victoriano Huerta y su camarilla. A lo que Fabela, agachando la cabeza, dijo:
-En fin, que Dios los perdone.
Saltó iracundo Vasconcelos:
-¡Nada, qué! ¡Que Dios los castigue y los contrafastidie!

FUENTES: ANECDOTARIO MEXICANO. INGENIO Y PICARDÍA. JORGE MEJÍA PRIETO.


domingo, 13 de noviembre de 2016

Enterrada viva (Leyenda de Jalisco)

La ira, la avaricia y la soberbia son tres de los pecados capitales que han orillado a los más aterradores crímenes de la sociedad. También son tres motivos para que sus hijos le dieran muerte. Esta es la leyenda de Victoriana Hurtado.
El matrimonio Hurtado, después de años de casados y sus múltiples intentos por tener hijos, vieron culminado su anhelo al tener una niña a la que bautizaron con el nombre de Victoriana. Sus padres por ser personas mayores, tenían la gran preocupación de dejarla sola y desamparada. Así que su padre, hombre rico, decidió seguir la tradición del siglo XIX, comprometiéndola en matrimonio a escasos días de nacida con un hombre también de familia acomodada de 23 años.
Victoriana creció en un hogar lleno de armonía y sus padres la complacían en todo. A sus 12 años, y convertida en un adolescente, su padre lo obligó a cumplir con la promesa de matrimonio, siendo desposada con su prometido de 35 años. A los 15 años Victoriana ya era madre de tres varones, su esposo se dedicaba a su trabajo y a otros placeres de la vida, pero nunca presta atención a los problemas de su esposa.
Con una vida triste y sola, al poco tiempo de nacer su tercer hijo, queda totalmente sola debido a la muerte de sus padres. Toda su fortuna pasa a sus manos como única heredera. Su esposo lleno de ambición y egoísmo dejó de trabajar para dedicarse a derrochar el dinero de sus suegros en mujeres y alcohol. Sin embargo, el gusto le duró muy poco, pues a escasos meses de recibir la cuantiosa herencia, muere también, convirtiendo a Victoriana en una de las mujeres más ricas del Estado de Jalisco.
Una mujer joven, rica y sola eran las características de Victoriana, pero tenía además la desgracia de que en sus hijos creció una ambición desmedida. Un día Victoriana enfermó y sus hijos la creyeron muerta, pues al paso de las horas no volvía en sí. Con su madre tendida en cama, los tres hermanos festejaban su muerte, cuando de pronto… Victoriana despertó. Sus hijos molestos no podían creer la mala jugada de la vida al hacer que su madre reviviera. Los años siguientes fueron una agonía, comentarios hirientes que si no la habían matado físicamente, si la habían herido de una forma sutil. Moral y emocionalmente Victoriana estaba muerta.
La sola idea de morir en manos de sus hijos por dinero le causaba una profunda decepción que la derrumbó moralmente. Se cuidaba de lo que bebía o comía y no confiaba en nada ni en nadie. Tal desilusión la llevó a sufrir nuevamente la rara enfermedad: ataques de catalepsia. En agosto de 1894 sufrió otro ataque de esta enfermedad, pero sus hijos, temerosos de que despertara nuevamente, no hicieron un funeral, la llevaron esa misma noche al panteón y, desesperadamente, con sus propias manos cavaron un profundo hoyo donde sepultaron a su madre.
Al día siguiente, ansiosos, con voz temblorosa, pero felices, se pusieron en contacto con el abogado para exigir la herencia que había causado tanto dolor y sufrimiento a su madre. Pero los trámites legales retrasaron unos días la lectura del testamento.
La Luna estaba resplandeciente, el viento soplaba con gran fuerza prediciendo una desgracia y el silencio conforme pasaban las horas se volvía profundo, desolador. La fría noche era testigo de un grito aterrador, y el cuidador salió despavorido para dar auxilio, y cuando se dio cuenta que provenía de una tumba, desesperadamente trató de cavar pero ya era tarde, sólo alcanzo a ver una mano ensangrentada.
Esta vez Victoriana estaba muerta, víctima de la asfixia, la avaricia, la ira y la soberbia de sus tres hijos. Al dar lectura a su testamento, los hijos descubren que su madre los desheredaba por tratar de matarla o enterrarla viva. Pidió que toda su fortuna, que tanto daño le causó en vida, fuera repartida entre los pobres, los enfermos y, también como última petición, rogaba a Dios que el corazón de sus hijos se convirtiera en piedra.
Cuenta la leyenda que cada uno de sus hijos murió por problemas del corazón, y el día que falleció el último de ellos, nuevamente apareció en la tumba de Victoriana la mano ensangrentada, como señal de que Dios escuchó su petición. En la actualidad se dice que la gente que se acerca a su tumba y le ora buscando solucionar sus problemas familiares, Victoriana intercede por ellos para que logren la armonía familiar.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Las marionetas (Leyenda de Celaya)

Don José Oviedo, un hombre muy conocido y estimado en la ciudad de Celaya, quien falleció a la edad de 96 años en 1984, fue un cuentista simpático que sabía todas las historias del lugar por lo que era muy visitado por infinidad de amigos. Entre todas las fábulas que contaba, platicaba una historia tenebrosa que a él personalmente le sucedió y que ahora se cuenta como una leyenda graciosa de Celaya.
Toda la gente le decía “En Capi Oviedo”, y cuentan las personas que lo conocieron que era un joven simpático y muy alegre. Siempre fue el primero en todo, por eso le llamaban “Capitán”, y todos sus amigos lo seguían. Desde chamaco se manifestaron en él sus inquietudes artísticas y literarias al grado que en su madurez, fue nombrado mentor, apreciado por varias generaciones a los que impartió sus conocimientos. A este joven inquieto le gustaba el arte dramático pero como por aquel tiempo era mal visto que un muchacho se inclinara por la carrera de actor, pensó dar funciones de títeres para con toda tranquilidad dar representaciones de obras como Barba Azul, La Llorona y otras piezas más.
Dicen personas que lo conocieron que dentro de sus amenas charlas, el maestro José Oviedo relataba la experiencia que tuvo en su juventud. En su casa de la calle de Hidalgo,  hizo instalar el teatrito y pensó dar funciones los sábados y domingos. Ideó cómo realizar las decoraciones, las que obviamente deberían de cambiar según la obra que presentara. Comenzó estudiar las piezas, los personajes y los vestuarios de los polichinelas. Una vez que tuvo un elenco completo, mando hacer con un artesano de Guanajuato los muñecos. Los títeres tenían un tamaño regular y los trajes estaban hechos a conciencia por una viejita modista, la que los hacía de brocados, encajes y terciopelos.
Cuando el Capi Oviedo tuvo todo listo, los amigos con una corneta agujerada anunciaban en las esquinas que se estrenaría un teatro de títeres con las mejores marionetas del mundo…  en las calles de Hidalgo. Los muchachos de sus casas habían llevado sillas, las que acomodaron en el patio y el Capi había realizado el pequeño foro con gran ingenio. Por fin llegó el día de la inauguración. Fue tal el éxito, que muchas personas estuvieron paradas durante la función. El Capi y sus amigos eran los que movían los títeres cambiando magistralmente sus voces según el muñeco que actuaba. Sábados y domingos se llenaba el teatro. Oviedo iba agrandando su colección de muñecos, aquello tenía muy buenos resultados.
El Capi no dormía preparando nuevas obras, ideando personajes y sus vestuarios; también pensaba alquilar un local pues su casa era insuficiente para tanta gente que asistía a su espectáculo. Estaba nervioso, pero era tal su entusiasmo, que no le pesaba pasarse la noche en vela estudiando las piezas teatrales.
Así pasó algún tiempo; y era famoso en la ciudad y él se sentía feliz con su teatro. Pero un día don José estaba recostado leyendo, serían como las 11 de la noche, cuando escuchó algo extraño; el tendedero donde tenía colgados los muñecos se empezó a mover, oía cómo sonaba la madera al pegarse unos con otros. Por un momento pensó que sería el viento, iba a levantarse pero resolvió quedarse quieto, no quería ni respirar hasta comprobar si lo que estaba pensando era cierto… seguía escuchando extraños movimientos, pasos y como que los títeres bailaban en la tarima del foro. Se tallaba los ojos, movía la cabeza; estaba bien despierto pero ¿sería posible que sus marionetas fueran a moverse solas? Trató de dormir, cerraba fuertemente los ojos, y así lograba conciliar el sueño. A la vez, sentía temor de levantarse, le dio escalofrío y el miedo se apoderó de él y en ese estado pasó el resto de la noche.
Al día siguiente, con lo fresco de la mañana, se sintió otro, se dio valor y fue al lugar en donde tenía a sus muñecos, y cuál sería su sorpresa que los muñecos que tenía separados en el tendedero, estaban todos juntos y una pareja de títeres que tenía en una caja, estaba afuera. Supuso que eran los mismos que habían bailado toda la noche. Aquello lo aterró, le entró un sudor frío que le corría por todo el cuerpo y sintió que se iba a desmayar, pero tomó fuerzas de flaqueza, se dio un baño con agua helada y se serenó.
Con nadie comento lo que le había sucedido, pero tuvo la idea de consultarlo con un sacerdote carmelita que era amigo suyo, el que le dijo que seguramente habían sido figuraciones de él; posiblemente estaba muy cansada y lo soñó dándolo por hecho. Que se fuera tranquilo y se olvidará del asunto. El Capi seguía obsesionado con lo que le había ocurrido, sabía que no era producto de su imaginación, que lo oyó y vio, fue real, pero trataba de consolarse diciéndose para sí que había sido un mal sueño.
Continuó dando sus funciones que cada día tenían más éxito, pero en una ocasión que presentaba en su teatrito una obra de un tribunal, uno de los muñecos, el que hacía de juez, le clavó sus ojos con una mirada tan penetrante, así como desafiante, que sintió “la muerte chiquita”. No quería mirar a la cara al muñeco que parecía le quería decir algo. Acabo la función de títeres y el pobre Capi, con la cara descompuesta, anunció a su público que por algún tiempo no habría función por tener que salir a la Ciudad de México para tratar un asunto urgente. Aquello llenó de pena a los asiduos asistentes a las representaciones, que se habían aficionado al espectáculo, pero él nervioso y preocupado, con su habitual simpatía les dijo que pronto regresaría, que iba a traer más obras y conseguir otros títeres.
Lo cierto es que estaba tan asustado, que llegó a pensar que era cosa del demonio, como si sus muñecos hubieran cobrado vida y fueran seres humanos. Decidió dejar los títeres para siempre. Don José contaba a sus oyentes que poco tiempo después de dejar su afición, tuvo un sofocón por haber perdido en un juicio su casa de las calles de Hidalgo. Y estando una tarde meditabundo, se acordó del muñeco juez, que al mirarlo fijamente a los ojos le advertía que algo estaba pasando, lo que él no entendía hasta que en el litigio perdió su residencia.
Poco tiempo después se corrió la voz por el pueblo que en la casa de los Oviedo, en la calle de Hidalgo, espantaban, que todas las noches se escuchaban zapateados de muñecos, así como cantos y aplausos, como si los títeres del Capi hubieran cobrado vida y salieron a dar función noche a noche. Mucho tiempo se habló de las cosas extrañas que sucedían las noches de los sábados y domingos en la casa de los Oviedo. La conseja se extendió por Celaya y sus alrededores, al grado que a la gente le daba miedo pasar frente a la residencia, en la que el Capi daba sus funciones, a la que el pueblo llamaba “La Casa de los Títeres”.
Y la historia que sucede a principios del siglo pasado, se convirtió en una leyenda que todavía se platican en la ciudad de Celaya, sobre todo a los jóvenes que descuidan sus estudios para jugar al teatrito.

domingo, 30 de octubre de 2016

El Palacio de Iturbide


El solar perteneció a la familia Córdoba, quienes eran descendiente de los primeros conquistadores. Ellos querían edificar un convento de la Orden de Santa Brígida, pero diferentes motivos este deseo se fue postergando por diferentes causas, quedando baldío el terreno por muchos años. Muchos tiempo después dos familias pudientes, que finalmente mandan realizar la construcción de este majestuoso palacio que vemos hoy en día. Doña Teresa de Zaldívar se casa con don Andrés de Berrio.
Tiene un hijo llamado Miguel, quien unas décadas más tarde recibiera de Carlos III el marquesado de Jaral de Berrio; por otro lado don Fernando de Campa Conde San mateo de Valparaíso, que tiene una hija que se casa con el marqués Jaral de Berrio; de este matrimonio nace una niña llamada doña María de Berrio y de la Campa, que luego se compromete con el marqués de Moncada, quien dicen las malas lenguas era una joyita: derrochador y poco afecto a trabajar. Por su puesto los padres de la muchacha no querían que su fortuna cayera en manos de semejante lacra y para esto idearon una buena solución: compraron un terreno en las calles de San Francisco y contrataron al arquitecto don Francisco Antonio de Guerrero y Torres, al cual le dieron la orden de que edificara una casona que igualara la dote de la novia.
Como era de esperarse el artista no escatimo en gastos para levantar una suntuosa mansión, que fue terminada en 1780 ante la admiración de toda la población. Este lugar después fue heredado por el hijo de este matrimonio, es decir el conde de San Mateo de Valparaíso, marqués de Jaral de Berrio y marqués de Moncada.
La fachada consta de cuatro niveles con torreones en las esquinas, el patio imita al del Palacio Real de Palermo, ciudad donde nació el marqués de Moncada; también tiene 18 columnas dóricas con un tallado de la piedra de excelente calidad.
Fue residencia del último virrey Félix María Calleja del Rey, quien fuera cruel con los insurgentes durante la guerra de independencia. El nombre del palacio se debe a que poco tiempo después la habitaría el emperador Agustín de Iturbide, que saliera de ahí para ser coronado.
Con el paso del tiempo funcionaría como hotel (Hotel Iturbide) a medidos de los años cincuenta; en la actualidad es el Centro Cultural Banamex que es sede de importantes exposiciones.

domingo, 23 de octubre de 2016

El Callejón del Infierno (Leyendas de Guanajuato)

En Guanajuato existen rincones evocadores, callecita romántica si callejón estéticos que la leyenda ha inmortalizado, por lo que son muy visitados por turistas, deseosos de conocer las fábulas que guarda esa ciudad colonial.
El Callejón del Infierno, es uno de los que tienen leyenda y existen personas dedicadas a relatar lo sucedido en ese lugar. Guanajuato tuvo una época de gloria, por el siglo XVIII todo era bonanza, el oro y la plata corrían a raudales y no solamente los señores se daban la gran vida, sino humildes gambusinos despilfarraban el producto de la generosa tierra de Guanajuato. La Valenciana y Mellado prodigaban al mundo sus vetas de oro y plata por lo que la ciudad progresaba, había verdaderos palacios, en pocos días se amasaban grandes fortunas pero; también así se dilapidaban.
Los gambusinos, buscones y barreteros encontraban “su mina de oro”, de penando “migajas”, con lo que vivían admirablemente bien, el que lograba encontrar un filón, era como si se sacase una lotería; el ordenado, y va formando su capital y a través de los años podía decirse hombre rico. Pero, había muchos que decían: “El que guarda para otro día, de Dios desconfía”, y con este pensamiento derrochaban lo que tenían con amigos, en fiestas y con mujeres. Al día siguiente con una “cruda” moral y física, cabizbajos continuaban buscando los metales para poder seguir disfrutando de la vida.
Florentino Montenegro era un gambusino pródigo. Hombre agradable, alegre a quien todos sus amigos seguían por tener “ángel”, donde gentes y ser muy desprendido. Tenía mucha suerte, seguido se encontraba filones de oro, los que cambiaba por monedas en la Casa de Moneda de la Ciudad de Guanajuato, iniciaba la parranda rodeado de amigos.
Se cuenta que como corría tanto dinero, también proliferaban las cantinas y los tugurios de mal vivir, los que eran visitados no solamente por los humildes, sino que a los señores también se les veía con frecuencia en esos lugares bailando con las de tacón dorado. Pero había tabernas que eran selectivas a las que solamente entraban los “de la alta”, prohibiéndoles la entrada a los prelados, aunque trajeran mucho dinero. Para estos había otras “emborracherías”, en donde se divertían de lo lindo.
En el callejón de Robles había una serie de tabernas de casas de mala nota, las que eran muy visitadas por los barreteros y gambusinos; allí, con frecuencia se encontraba a Florentino Montenegro y sus amigos, los que gastaban dinero a manos llenas, por lo que eran consentidos, tanto de los dueños de los establecimientos como de las muchachas que los divertían.
Una noche de invierno, en la que hacía un frío glacial, Florentino que había bebido muchas copas y se sentía cansado salió de la cantina. Sus amigos insistían que se quedara pero él, que se sentía mareado, prefirió irse a su casa. Salió de la cantina haciendo “eses”, dio la vuelta en la esquina y tomó el callejón de Perros Muertos, de pronto oyó una voz que le hablaba por su nombre, volvió la cabeza y siguió caminando. Pero la voz insistió llamándole “Florentino, Florentino, ven entra”, aquello lo hizo voltear. En una puerta angosta, estaba parada una mujer que no solamente con la voz, sino con las manos lo invitaba entrar. “Pasa Florentino, hace mucho frío, aquí te doy el calor necesario para calentar tu cuerpo que está helado”. Florentino descontrolado se paró frente aquella mujer, y sintió que algo helado le recorría el cuerpo. En una mujer bella, vestida de blanco y con un pelo blondo, quien con voz suave lo invitaba entrar a su cuarto.
Mareado, mareado, Florentino no pudo resistir la invitación aquella dama; como pudo entró al cuarto. En medio había una mesa en donde se encontraban varias botellas de vino, alrededor de la mesa, cuatro sillas, al fondo un anafre que estaba prendido, en donde se calentaba café oloroso. En un rincón una cama desvencijada y la pared estaba adornada con varias calaveras. Aquella mujer misteriosa vestida de blanco, le ofreció a su invitado un vaso de licor, que Florentino se tomó con ansiedad sentía como que la cabeza le crecía, la lengua no le cabía en la boca y con ganas de gritar como Tarzán. La dama de blanco, que no le quitaba los ojos de encima, le dijo: “Me agrada que estés contento”, pero no dejaba que Florentino se le acercara. Tarareaba una canción y bailaba alrededor de él.
Con gran zalmería la mujer le dijo Florentino, que lo iba a llevar a un lugar precioso, en donde se van a divertir mucho, y tomándolo del brazo lo llevó un rincón del cuarto, en donde había una puerta, de ahí una escalera llevaba a un subterráneo que parecía iluminado y estaba envuelto en una nube tibia que daba una calor acogedor. Bajaron varios escalones, el lugar y estaba oscuro y Florentino comenzó a sentir miedo, un escalofrío le recorrió el cuerpo, quiso retroceder pero su entre “hombría” se lo impidió y dándose valor siguió adelante del brazo de aquella dama “la que no tenía malos bigotes”, además le gustaba la aventura. Tomó de la mano a la dama para darse valor y siguió descendiendo por aquel lugar lúgubre, oscuro y húmedo y que empezaba oler azufre.
Bajaban, bajaban y bajaban, y los escalones no terminaban; se vuelve a ver el resplandor rojo y nubes de humo que los envolvían. Dice la leyenda que de trecho a trecho, como en el tiro de una mina se veían algunos cruceros y socavones en que había seres indefinidos que lanzaban lamentos que hacían estremecer a Florentino, quien le apretaba la mano a la mujer, disimulando su miedo. Muchas veces quiso regresar pero su “hombría” se lo impedía, y seguí adelante.
Florentino se sentía agotado, cuando vio lugar que hacía descanso en la escalinata y pensó sentarse a recuperarse un poco, la mujer no lo permitió, jalándolo. Por fin se llegaron a un gran salón en donde se encontraban seres endemoniados los que se golpeaban, gritaban y chillaban como ratas aplastadas. Otros daban grandes lamentos como el ulular del viento. Florentino, se pellizcaba, pensaba estar soñando pero… La realidad era esa. La mujer lo tenía tomado de la mano fuertemente le lanzaba miraditas lánguidas de amor, lo que desconcertaba al hombre.
De pronto y sin saber cómo, la dama lo soltó de la mano y Florentino vio cómo se fue convirtiendo en calavera, se fueron cayendo las carnes de la cara de la mujer, así como del cuerpo y un esqueleto rumbero se encontraba frente a él. De las paredes de aquel antro se desprendían capas de lava hirviendo así como chorros de agua caliente, que lo hacían correr de un lado a otro para librarse de ser quemado por aquel líquido. Florentino se hizo “mono” en un rincón, cuando vio que uno de los diablos de descomunales proporciones tenía en brazos a la mujer, convertida huesos -la que lo había guiado- reconociéndola por un moño blanco que tenía la cabeza, que para entonces ya era calavera. Los dos miraban fijamente a Florentino y le lanzaban insultos. Mientras los otros demonios bailaban desnudos frente a él.
Horrorizado Florentino, al que para entonces ya se le había bajado la borrachera, busco la salida, encontró aquellas escaleras iluminadas y brincando de dos a tres escalones subió y subió hasta que encontró una puerta que daba al cuarto de la mujer. Vio en la mesa varias botellas de vino, así como los dos vasos. En una de las sillas estaba su sombrero, lo recogió y salió como alma que lleva el diablo de aquel cuartucho en donde había entrado llamado por una bella mujer. Florentino desde aquel momento, no recordó más. Ni él mismo supo cómo llegó a su casa. Su mujer arrastrando lo metió a su cuarto en donde pasó varios días en un estado lamentable. Parecía que estaba idiotizado, no pronunciaba palabra y tenía la mirada fija en un solo punto. Su esposa consulta un curandero el que le dijo que estaba hechizado, que necesitaba de una limpia para poder volver a la normalidad. Pero a su señora le dio miedo. Y sin pensar más a buscar al sacerdote de la parroquia para ver si él podía ser algo por Florentino.
El padre visitó al hombre y después de contemplarlo por mucho rato le preguntó qué era lo que le pasaba: “descarga tu alma y platica tus penas que esto te hará bien”. Y así fue como Florentino contó al sacerdote todo lo que le había pasado aquella noche en la cantina. El señor cura no lo creía, le pidió reposar ese día, comiera y durmiera bien y en dos días más regresaría para continuar con aquella plática. El mismo señor cura pensó que Florentino Montenegro había perdido la razón, se fue preocupado y no dejo de pensar en él. A los dos días lo fue a visitar, Florentino y estaba muy arreglado esperándolo, y los dos salieron de la casa.
“Me vas a decir, le dijo el padre, en donde es la casa en que la mujer te invito a entrar”. Y caminando llegaron hasta un costado del callejón de Perros Muertos. Al señalar Florentino la casa al cura, éste se llevó una gran sorpresa. Aquel cuarto, en efecto, era la morada de una damisela, la que había fallecido hacia cerca de 30 años, y a quien el padre ayudó a bien morir. Muerta aquella mujer su cuarto quedó abandonado, estaba totalmente deteriorado, Florentino acompañado del sacerdote quiso entrar. Estaba la mesa, las botellas de vino y los dos vasos a medio servir. En el lugar preciso en que Florentino señaló estaba la puerta y la escalinata infernal. Vieron los peldaños que conducían a una salida falsa que daba a otro callejón.
El padre le dijo a Florentino que no había sido un sueño, que había pasado una experiencia diabólica ocasionada por la vida desordenada que llevaba y este aviso de Dios era para que volviera al buen camino, a su familia y dejara el licencioso camino que se había trazado, de parrandas y borracheras, lo que lo conducía la perdición. Florentino le pidió al padre que lo acompañará a la parroquia para jurar ante la virgencita que sería otro hombre, a cambio de que se le borrara aquel espeluznante pasaje de su vida, que lo tenía aterrado. Cuenta la leyenda que Florentino regreso su trabajo; aquel hombre simpático, dicharachero y vacilador, se convirtió en una persona seria, la que sólo se dedicaba trabajar y disfrutar del cariño de su esposa y sus hijos.
Los amigos se le empezaron a retirar, el hombre desprendido se había hecho “agarrado”, todo lo que encontraba en la mina lo llevaba su casa, y se dice que llegó a ser uno de los hombres ricos de la ciudad. Nadie sabía la razón del cambio radical que había tenido, que le había convertido en un ermitaño, sólo el sacerdote conocía su secreto.
El padre, días más tarde de la confesión de Florentino, volvió a la casa de aquella mujer alegre, la exorcizó, la regó con agua bendita y le pidió a Dios que no se volviera aparecer a algún trasnochador, ya que si ella estaba juzgada por el Señor, dejara en paz a los parroquianos. Pero cuenta la leyenda, que por el Callejón del Diablo, se aparece una mujer de blanco que recorre toda la calle, a veces se le escucha cantar, otras dar tristes lamentos y las más de las veces acompaña (sin ser vista) a quienes pasan por ese lugar, les habla, los invita a pasar y cuando voltean, no hay nadie. 

domingo, 16 de octubre de 2016

La leyenda del hombre lobo

El México Colonial no estuvo exento de la leyenda del hombre lobo, ya que muchos se decía sobre las transformaciones que sufrían los viejos indígenas, tratando de salvar su raza. Hay quienes hablaban de nahuales, lo cierto es que según la leyenda, en la Nueva España hubo acontecimientos que indicaban apariciones de lobos que luego se convertían en seres humanos.
Se dice que todo empezó cuando los españoles arribaron a estas tierras: al convertir a los indígenas en el blanco de las peores torturas y asesinatos. Cuando las ciudades fueron saqueadas en su totalidad y sus mujeres ultrajadas; los hombres ancianos no hacían otra cosa que implorar, a sus dioses, paz en el territorio. Sin embargo, la adoración a estas deidades también les fue prohibida.
Los viejos sabios, entristecidos por los hechos y sobre todo enojados por la traición de algunos nativos, pidieron a los dioses el castigo más cruel contra ellos que se atrevieron a faltarle su raza. Se dice que luego de realizar varios ritos y algunos sacrificios humanos a escondidas de los conquistadores, los ancianos adquirieron poderes sobrenaturales, mismos que coincidían con la luna llena.
De tal forma, sólo los hechiceros se convirtieron en mitad hombre y mitad animal a fin de defender a su raza. Cada noche de luna llena, un aullido despertaba a los pobladores y a los soldados españoles, que envalentonados se apostaban en los alrededores para atacar a la fiera. Pero no tuvieron suerte y muchos de ellos aparecieron muertos, se les encontraba en un charco de sangre con la piel hecha jirones.
Cuenta la leyenda que los hombres lobo atacaban hasta matar, principalmente a los hombres blancos que abusaban de los nativos. Sin embargo, el castigo era diferente para los que traicionaban a la raza; las noches de luna llena, los hombres lobo buscaban a aquellos indígenas que servían a los conquistadores y a las mujeres que habían entablado amoríos con los mismos. El ataque era igual de feroz, pero procuraban no quitarles la vida, pues la condena consistían convertirlos en hombres o mujeres lobo, por el resto de sus días. Así cada mes sufrían la dolorosa transformación que los llevaría asesinar humanos para alimentarse sobrevivir. A consecuencia de esto muchos niños comenzaron a desaparecer y también, animales, que luego eran encontrados muertos.
Durante años, la maldición continuó: un hombre mestizo notificó que había cortado la pata a uno de estos seres pero, cuando la mostró sus a sus familiares y amigos, descubrió que solo era una mano. Razón por la cual lo sentenciaron a muerte, sin que pudiera defenderse. Durante el juicio, insistió que le había cortado la pata un lobo y no a un humano. Así los rumores acerca de los hombres lobo cada vez fueron más frecuentes y durante el periodo de la Santa Inquisición la cacería de bestias comenzó y aunque se dice que condenaron a muchos ancianos y personas porque eran nahuales, lo cierto es que había hombres lobo entre ellos. Y muchos de ellos sobrevivieron durante cientos de años.

Leyenda del perro del conquistador

En la época de la conquista algunos perros fueron utilizados como armas mortales en las batallas contra los guerreros nómadas. Los españoles los llevaban a las poblaciones de indios desprevenidos, donde dichos animales no distinguía en edad o sexo para atacar:
Cuenta la leyenda que en una de estas jornadas de ataque, una india no pudo huir; se quedó paralizada y sola ante la presencia de uno de estos perros. El animal corrió hacia ella y la mujer se sentó en la tierra, y comenzó a hablarle:
-Perro, perrito, señor perro, perrito…
El fiero animal, acostumbrado al ataque y a la agresión, frenó su embestida homicida, se quedó perplejo; acercándose a ella le mostró sus afilados colmillos; la joven india permanecía sentada sobre la tierra del desierto; veía al animal, sin miedo, con ternura, le decía:
-Perro, perrito, señor perro, no me coma perrito, señor perro, está india lo quiere. Señor perro escúcheme…
Sus manos poco a poco se acercaron a las fauces del perro; la india sintió pánico, que sin embargo, supo ocultar, y el perro, percibió su amor y ternura, y sorpresivamente se dejó acariciar. Lejos de ahí, los hispanos reían, y la daban por muerta; se entretenían con otros perros persiguiendo indios; la joven, sin más arma que el poder de sus ojos, y su voz, mantenía tranquilo al animal, que meneaba la cola lentamente.
-Perro, señor perro. No me coma perrito. Lo quiero señor perro.
Cuenta la tradición, que esa noche, desapareció sin haber muerto, el primer perro hispánico; paulatinamente fueron muchos perros más, utilizados por los españoles en la conquista, que desaparecieron para volverse indios. De ahí en adelante a los españoles no les fue posible atacar un rancho desprevenido para sorprender más a los indios. Los perros ya no eran rivales para ellos.

domingo, 9 de octubre de 2016

La dama de Negro (Leyenda de Celaya)

La leyenda de la Llorona es antiquísima y se generalizó en muchos lugares de nuestro país, como una mujer que recorría caminos, pueblos y ciudades buscando a los hijos que había perdido. Y así llegó a Celaya, causando gran terror en la gente que la veía o escuchaba.
Fue a principios del siglo pasado, cuando en la ciudad de Celaya corrió la versión de que la llorona había llegado ese lugar. Una mujer enlutada recorría la vía pública por las noches. Iba en un carruaje con 2 caballos percherones, guiado por un cochero que parecía de ultratumba; tenía la cara pálida como de muerto, los ojos hundidos y los pómulos salientes. A su paso y con el silencio de la noche, se escuchaban prolongados gemidos y tristes lamentos, hasta llegar al templo de San Francisco, en donde la mujer bajaba, ayudada por el auriga con gran parsimonia. En la puerta, daba el último grito y penetraba a la Iglesia por la puerta cerrada. Permanecía mucho rato, y salía de la misma manera. El fúnebre carretero la recibía, le ayudaba a subir a la carroza y volvía hacer el mismo recorrido. Entraba y salía por lo que es hoy la calle de Guadalupe con rumbo al camino de Camargo y Santa Rita.
Cuenta la leyenda que por aquellos días no había luz eléctrica y la ciudad, por las noches parecía “boca de lobo”. Solamente en determinados sitios había quinqués los que alumbraban con velas o combustible, que daba una luz muy tenue. Cuando no había luna, de una esquina a otra no se podía ver. Por aquella época se acostumbraba que hubiera serenos, vigilantes que hacían rondas por la noche. Éstos serán designados por el jefe de cuartel y se turnaban para recorrer sus respectivos distritos -los que eran cuatro en la ciudad-. Contaba Jesús Zárate, que “a la ronda del cuartel primero correspondía la calle de Palafox hacia el oriente, y por lo tanto a los que les tocaba ver la aparición”. Al principio, al ver aquella mujer extraña, vestida de negro, pensaban que era una feligresa que tenía algún enfermo grave e iba a buscar al señor cura. Pero al percatarse que la sombra traspasaba la puerta cerrada, les dio tal susto que corrieron despavoridos.
Todo era macabro, se escuchaba el ruido de las patas de los caballos cuando pegaban en el empedrado, apareciendo un carruaje guiado por la figura quijotesca de un hombre. Atrás, una mujer enlutada, que se cubría la cara con un velo. Ella descendía del carro y se perdía en la puerta del templo. Cuando los serenos auxiliados por sus linternas llegaban al lugar, el carruaje desaparecía y se situaba en otro sitio. Después a una hora determinada, salía la dama y el cochero la esperaba en la puerta de la iglesia. Se volvía escuchar el ruido de las patas de los caballos, así como los gritos y lamentos de una mujer atormentada, que daba hondos quejidos y un grito desesperado de ¡Ay mis hijos, en donde estarán mis hijos…!
Aquello sucedía todas las noches y los vigilantes esperaban con terror la hora en que hacía su aparición el carro, y al acercarse, a estos hombres se les “erizaban los cabellos”, temblaban de pies a cabeza, y sin embargo observaban aquello como si tuvieran imán los acontecimientos. Nunca se atrevieron a seguir la carretela para conocer el final de su destino; sabían que aquella mujer no era de este mundo, sino un espectro de ultratumba que venía penando y que llegaba a la Iglesia de San Francisco expiar sus pecados.
Los serenos se transmitían el suceso entre ellos, a la vez, lo platicaban a otras personas y aquello se volvió “la comidilla del día”, todo el pueblo sabía lo que ocurría por las noches en el templo de San Francisco y al pasar frente a él, miraban con cierto temor la puerta por donde traspasaba la sombra de aquella mujer misteriosa, que podría ser el demonio. Señalaban con curiosidad el lugar en donde decían se paraba el carruaje con el cochero de ultratumba.
Se cuenta, que los hombres valientes, haciendo alarde de su hombría acompañaban a los guardias y al observar aquello, se les enchinaba el cuerpo como gallina pelada, y no solamente no se acercaban al lugar, sino que corrían despavoridos al ver la misteriosa aparición. Muchas personas aseguraban que era la Llorona, que sirvió de tema a un drama de capa y espada representado múltiples veces en todo lo largo y ancho del país. Otras, que era una señora muy conocida que por llevar una vida descocada, que fue el escándalo en la ciudad, y estaba en los infiernos; de ultratumba venía arrepentida pidiendo perdón al Altísimo. Se cuenta también que la mujer misteriosa que descendía del carruaje, era una autoviuda la que había asesinado a su marido por encontrarlo con otra mujer. Después de este hecho, salió de Celaya y nunca se volvió a saber nada de ella. Ahora regresaba arrepentida de haberle quitado la vida su compañero y pedía el cielo clemencia.
Otro suceso que se cuenta es sobre una señora de las más “encopetadas” de la ciudad, era esposa de un rico hacendado. Una mujer muy de su casa, que vivía sólo para atender a su esposo y sus cinco hijos. Se dice que era tan exagerada que bañaba a los niños con agua hervida y no permitía que ninguna sirvienta se entendiera de sus pequeños. La familia vivía en la ciudad y los fines de semana se iban a la hacienda para estar todos juntos, ya que el señor, por su trabajo, permanecía el más tiempo posible en el rancho que estaba un  poco retirado de ese municipio.
Pero en una ocasión la señora sintió gran nostalgia por su esposo; le pidió a su cochero se alistaran porque se iban ese mismo día a la hacienda. El hombre al principio se resistió poniéndole algún pretexto, pero al recibir la orden de su patrona, no le quedó más remedio que hacerlo. Y así, muy contenta acompañada de sus hijos, después de haberse llevado hasta el perico, llegó al rancho. Cuál sería la sorpresa de la mujer, al ver que su esposo estaba acompañado por otra mujer la que ocupaba su lugar. Después se enteró que los fines de semana se va Guanajuato, mientras ella permanecía en la hacienda. La esposa, haciéndose que no estaba enterada de lo que pasaba, no dijo una sola palabra. Ordenó a sus hijos saludarán y besaran a su padre, lo mismo que hizo ella, mientras la otra mujer se esfumaba. Todo el día estuvo muy contenta, por lo que el hombre no sabía qué pensar. Su esposa era muy inteligente, comprensiva y tal vez aquí, no había pasado nada.
La señora ayudada por sus criadas hizo pastel para merendar. Al llegar la noche, les habló a su esposo y sus hijos para ir a la mesa. Le sirvió unas deliciosas tazas de chocolate muy espumoso, el que saboreó la familia acompañándolo con el pastel. Habían pasado 20 minutos, cuando uno a uno fueron cayendo muertos. Los había envenenado poniendo arsénico en el chocolate. Aquello fue aterrador, había seis cadáveres en el piso y la mujer enloqueció. Cuentan, que cerró la puerta del comedor, y por horas paso contemplando a sus víctimas, hasta que los criados dieron parte a las autoridades de lo ocurrido.
Por mucho tiempo no se supo más de ella, pero sí se hablaba de aquel hecho criminal, de que al ver que el marido la engañaba, enloqueció y pensó acabar con todo lo que le recordara aquel amante esposo al que había adorado, y terminó con toda la familia. Ella por muchos años estuvo internada en un manicomio y después se supo que había fallecido. Cuando apareció aquella dama de negro que recorría la ciudad en un carruaje, guiado por un cochero de ultratumba, se pensó que era ella, la que había regresado arrepentida y llorando por haber matado a sus hijos y a su marido, en el templo de San Francisco en donde iba a rezar, volvía a pedirle perdón a Dios por lo que había hecho…
Por muchos años se habló de la dama de negro, la enlutada mujer sin entrañas que recorría la ciudad de Celaya llorando y gritando ¡Ay mis hijos, donde están mis hijos…! La que como espectros se aparecía y traspasaba la puerta del templo. Pero después de que murió el último de los ronderos, que dieron fe de estas apariciones fantasmales, las que se contaban en toda la ciudad, se fue esfumando al paso del tiempo el suceso que ocupó la mente de infinidad de personas por mucho tiempo, convirtiéndose en una leyenda que se aplica a la “Llorona”, a su paso por la Ciudad de Celaya.