En Guanajuato existen rincones evocadores, callecita
romántica si callejón estéticos que la leyenda ha inmortalizado, por lo que son
muy visitados por turistas, deseosos de conocer las fábulas que guarda esa
ciudad colonial.
El Callejón del Infierno, es uno de los que tienen
leyenda y existen personas dedicadas a relatar lo sucedido en ese lugar.
Guanajuato tuvo una época de gloria, por el siglo XVIII todo era bonanza, el
oro y la plata corrían a raudales y no solamente los señores se daban la gran
vida, sino humildes gambusinos despilfarraban el producto de la generosa tierra
de Guanajuato. La Valenciana y Mellado prodigaban al mundo sus vetas de oro y
plata por lo que la ciudad progresaba, había verdaderos palacios, en pocos días
se amasaban grandes fortunas pero; también así se dilapidaban.
Los gambusinos, buscones y barreteros encontraban “su
mina de oro”, de penando “migajas”, con lo que vivían admirablemente bien, el
que lograba encontrar un filón, era como si se sacase una lotería; el ordenado,
y va formando su capital y a través de los años podía decirse hombre rico.
Pero, había muchos que decían: “El que guarda para otro día, de Dios
desconfía”, y con este pensamiento derrochaban lo que tenían con amigos, en
fiestas y con mujeres. Al día siguiente con una “cruda” moral y física,
cabizbajos continuaban buscando los metales para poder seguir disfrutando de la
vida.
Florentino Montenegro era un gambusino pródigo. Hombre
agradable, alegre a quien todos sus amigos seguían por tener “ángel”, donde
gentes y ser muy desprendido. Tenía mucha suerte, seguido se encontraba filones
de oro, los que cambiaba por monedas en la Casa de Moneda de la Ciudad de
Guanajuato, iniciaba la parranda rodeado de amigos.
Se cuenta que como corría tanto dinero, también
proliferaban las cantinas y los tugurios de mal vivir, los que eran visitados
no solamente por los humildes, sino que a los señores también se les veía con
frecuencia en esos lugares bailando con las de tacón dorado. Pero había
tabernas que eran selectivas a las que solamente entraban los “de la alta”,
prohibiéndoles la entrada a los prelados, aunque trajeran mucho dinero. Para
estos había otras “emborracherías”, en donde se divertían de lo lindo.
En el callejón de Robles había una serie de tabernas
de casas de mala nota, las que eran muy visitadas por los barreteros y
gambusinos; allí, con frecuencia se encontraba a Florentino Montenegro y sus
amigos, los que gastaban dinero a manos llenas, por lo que eran consentidos,
tanto de los dueños de los establecimientos como de las muchachas que los
divertían.
Una noche de invierno, en la que hacía un frío
glacial, Florentino que había bebido muchas copas y se sentía cansado salió de
la cantina. Sus amigos insistían que se quedara pero él, que se sentía mareado,
prefirió irse a su casa. Salió de la cantina haciendo “eses”, dio la vuelta en
la esquina y tomó el callejón de Perros Muertos, de pronto oyó una voz que le
hablaba por su nombre, volvió la cabeza y siguió caminando. Pero la voz
insistió llamándole “Florentino, Florentino, ven entra”, aquello lo hizo
voltear. En una puerta angosta, estaba parada una mujer que no solamente con la
voz, sino con las manos lo invitaba entrar. “Pasa Florentino, hace mucho frío,
aquí te doy el calor necesario para calentar tu cuerpo que está helado”.
Florentino descontrolado se paró frente aquella mujer, y sintió que algo helado
le recorría el cuerpo. En una mujer bella, vestida de blanco y con un pelo
blondo, quien con voz suave lo invitaba entrar a su cuarto.
Mareado, mareado, Florentino no pudo resistir la
invitación aquella dama; como pudo entró al cuarto. En medio había una mesa en
donde se encontraban varias botellas de vino, alrededor de la mesa, cuatro
sillas, al fondo un anafre que estaba prendido, en donde se calentaba café
oloroso. En un rincón una cama desvencijada y la pared estaba adornada con
varias calaveras. Aquella mujer misteriosa vestida de blanco, le ofreció a su
invitado un vaso de licor, que Florentino se tomó con ansiedad sentía como que
la cabeza le crecía, la lengua no le cabía en la boca y con ganas de gritar
como Tarzán. La dama de blanco, que no le quitaba los ojos de encima, le dijo:
“Me agrada que estés contento”, pero no dejaba que Florentino se le acercara.
Tarareaba una canción y bailaba alrededor de él.
Con gran zalmería la mujer le dijo Florentino, que lo
iba a llevar a un lugar precioso, en donde se van a divertir mucho, y tomándolo
del brazo lo llevó un rincón del cuarto, en donde había una puerta, de ahí una
escalera llevaba a un subterráneo que parecía iluminado y estaba envuelto en
una nube tibia que daba una calor acogedor. Bajaron varios escalones, el lugar
y estaba oscuro y Florentino comenzó a sentir miedo, un escalofrío le recorrió
el cuerpo, quiso retroceder pero su entre “hombría” se lo impidió y dándose
valor siguió adelante del brazo de aquella dama “la que no tenía malos
bigotes”, además le gustaba la aventura. Tomó de la mano a la dama para darse
valor y siguió descendiendo por aquel lugar lúgubre, oscuro y húmedo y que
empezaba oler azufre.
Bajaban, bajaban y bajaban, y los escalones no
terminaban; se vuelve a ver el resplandor rojo y nubes de humo que los
envolvían. Dice la leyenda que de trecho a trecho, como en el tiro de una mina
se veían algunos cruceros y socavones en que había seres indefinidos que
lanzaban lamentos que hacían estremecer a Florentino, quien le apretaba la mano
a la mujer, disimulando su miedo. Muchas veces quiso regresar pero su “hombría”
se lo impedía, y seguí adelante.
Florentino se sentía agotado, cuando vio lugar que
hacía descanso en la escalinata y pensó sentarse a recuperarse un poco, la
mujer no lo permitió, jalándolo. Por fin se llegaron a un gran salón en donde
se encontraban seres endemoniados los que se golpeaban, gritaban y chillaban
como ratas aplastadas. Otros daban grandes lamentos como el ulular del viento.
Florentino, se pellizcaba, pensaba estar soñando pero… La realidad era esa. La
mujer lo tenía tomado de la mano fuertemente le lanzaba miraditas lánguidas de
amor, lo que desconcertaba al hombre.
De pronto y sin saber cómo, la dama lo soltó de la
mano y Florentino vio cómo se fue convirtiendo en calavera, se fueron cayendo
las carnes de la cara de la mujer, así como del cuerpo y un esqueleto rumbero
se encontraba frente a él. De las paredes de aquel antro se desprendían capas
de lava hirviendo así como chorros de agua caliente, que lo hacían correr de un
lado a otro para librarse de ser quemado por aquel líquido. Florentino se hizo
“mono” en un rincón, cuando vio que uno de los diablos de descomunales proporciones
tenía en brazos a la mujer, convertida huesos -la que lo había guiado-
reconociéndola por un moño blanco que tenía la cabeza, que para entonces ya era
calavera. Los dos miraban fijamente a Florentino y le lanzaban insultos.
Mientras los otros demonios bailaban desnudos frente a él.
Horrorizado Florentino, al que para entonces ya se le
había bajado la borrachera, busco la salida, encontró aquellas escaleras
iluminadas y brincando de dos a tres escalones subió y subió hasta que encontró
una puerta que daba al cuarto de la mujer. Vio en la mesa varias botellas de
vino, así como los dos vasos. En una de las sillas estaba su sombrero, lo
recogió y salió como alma que lleva el diablo de aquel cuartucho en donde había
entrado llamado por una bella mujer. Florentino desde aquel momento, no recordó
más. Ni él mismo supo cómo llegó a su casa. Su mujer arrastrando lo metió a su
cuarto en donde pasó varios días en un estado lamentable. Parecía que estaba
idiotizado, no pronunciaba palabra y tenía la mirada fija en un solo punto. Su
esposa consulta un curandero el que le dijo que estaba hechizado, que
necesitaba de una limpia para poder volver a la normalidad. Pero a su señora le
dio miedo. Y sin pensar más a buscar al sacerdote de la parroquia para ver si
él podía ser algo por Florentino.
El padre visitó al hombre y después de contemplarlo
por mucho rato le preguntó qué era lo que le pasaba: “descarga tu alma y
platica tus penas que esto te hará bien”. Y así fue como Florentino contó al
sacerdote todo lo que le había pasado aquella noche en la cantina. El señor
cura no lo creía, le pidió reposar ese día, comiera y durmiera bien y en dos
días más regresaría para continuar con aquella plática. El mismo señor cura
pensó que Florentino Montenegro había perdido la razón, se fue preocupado y no
dejo de pensar en él. A los dos días lo fue a visitar, Florentino y estaba muy
arreglado esperándolo, y los dos salieron de la casa.
“Me vas a decir, le dijo el padre, en donde es la casa
en que la mujer te invito a entrar”. Y caminando llegaron hasta un costado del
callejón de Perros Muertos. Al señalar Florentino la casa al cura, éste se
llevó una gran sorpresa. Aquel cuarto, en efecto, era la morada de una
damisela, la que había fallecido hacia cerca de 30 años, y a quien el padre ayudó
a bien morir. Muerta aquella mujer su cuarto quedó abandonado, estaba
totalmente deteriorado, Florentino acompañado del sacerdote quiso entrar.
Estaba la mesa, las botellas de vino y los dos vasos a medio servir. En el
lugar preciso en que Florentino señaló estaba la puerta y la escalinata
infernal. Vieron los peldaños que conducían a una salida falsa que daba a otro
callejón.
El padre le dijo a Florentino que no había sido un
sueño, que había pasado una experiencia diabólica ocasionada por la vida desordenada
que llevaba y este aviso de Dios era para que volviera al buen camino, a su
familia y dejara el licencioso camino que se había trazado, de parrandas y
borracheras, lo que lo conducía la perdición. Florentino le pidió al padre que
lo acompañará a la parroquia para jurar ante la virgencita que sería otro
hombre, a cambio de que se le borrara aquel espeluznante pasaje de su vida, que
lo tenía aterrado. Cuenta la leyenda que Florentino regreso su trabajo; aquel
hombre simpático, dicharachero y vacilador, se convirtió en una persona seria,
la que sólo se dedicaba trabajar y disfrutar del cariño de su esposa y sus
hijos.
Los amigos se le empezaron a retirar, el hombre
desprendido se había hecho “agarrado”, todo lo que encontraba en la mina lo
llevaba su casa, y se dice que llegó a ser uno de los hombres ricos de la
ciudad. Nadie sabía la razón del cambio radical que había tenido, que le había
convertido en un ermitaño, sólo el sacerdote conocía su secreto.
El padre, días más tarde de la confesión de Florentino,
volvió a la casa de aquella mujer alegre, la exorcizó, la regó con agua bendita
y le pidió a Dios que no se volviera aparecer a algún trasnochador, ya que si
ella estaba juzgada por el Señor, dejara en paz a los parroquianos. Pero cuenta
la leyenda, que por el Callejón del Diablo, se aparece una mujer de blanco que
recorre toda la calle, a veces se le escucha cantar, otras dar tristes lamentos
y las más de las veces acompaña (sin ser vista) a quienes pasan por ese lugar,
les habla, los invita a pasar y cuando voltean, no hay nadie.